El domingo asistí al partido Tenerife-Real Zaragoza en el Heliodoro Rodríguez López con victoria visitante por 1-2.
Sacar pecho por la victoria me parece insultante a la historia de mi equipo así es que mejor estar con la boquita cerrada y esperar otras gestas más dignas de alabanza con todos los respetos hacia el rival, pero sin ninguno hacia la categoría a la que la desidia y la golfería de unos cuantos condenaron a mi equipo el año pasado.
Pero hoy no les voy a hablar de fútbol, porque del partido debo extraer unas conclusiones fundamentales:
La primera, que creo que he dejado de ser forofo hace tiempo para ser aficionado porque acabé hasta los mismísimos cojones de los cánticos de los que me acompañaban de mi propio equipo. ¿Será la edad?
La segunda, que el fútbol donde mejor se ve es en la televisión o en su caso en tribuna, aunque no a costa de pagar 37 eurones por una mierda de partido.
Y la tercera, y esa es la más triste, que los estadios de fútbol corren el peligro de convertirse en hornos de tercera generación calentando garbanzos a punto de reventar.
Algunos pensarán que estoy loco. Nada más lejos de la realidad.
No crean que la imagen del partido que se me ha quedado en mis retinas fue la de la alegría por el gol, la incertidumbre del resultado, los abrazos de los jugadores. No.
La imagen es la de esa fulanilla con cara de princesita -cómo engañan las jodidas- quien no alcanzaría los quince años y que desde la grada de Herradura se acercó hasta la Tribuna donde estábamos, y depués de decirme a quince metros "hijo de puta, vuelve a tu casa que te vamos a matar", empezó a vociferar frases inteligibles que provocaron mi hilaridad en ese momento.
-Qué gentuza, madre mía, pensé, pero todavía saqué fuerzas de flaqueza de mi asombro para contestarle con la tranquilidad y la relajación que dan las prematuras canas: "Pero si yo vivo aquí imbécil".
La "pobre" bebita se quedó petrificada pues no debía estar muy acostumbrada a oír en el estadio decir dos palabras juntas que no llevasen la palabra puta, cabrón o arbitro entre medio, así es que se fue con el chocho entre las piernas.
Es después con la soledad de la tecla cuando uno piensa que cómo es posible que en este mundo en el que vivimos exista lo que existe. Que adonde estamos llegando y todas esas cosas...
No obstante yo lo tengo claro, me gusta el fútbol, pero no tanto.
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on martes, diciembre 02, 2008
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Vida mundana
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