No me arrepiento por dos cosas: la primera porque mi sitio estaba con I., y su familia, era lo que me salía y al fin y al cabo creo que era lo menos que podía hacer por ella y por mi suegra después de tantos tupper de prestado y tanto cariño gratis.
La segunda porque he podido disfrutar, con la moderación que las circunstancias exigían, de las lustrales, fiestas que se celebran cada lustro, como su nombre bien indica en honor a la Virgen de Guadalupe.

Ya son mis segundas lustrales, como pasa el tiempo, y debo reconocer que estas segundas las he vivido mucho más intensamente, y si me apuran, hasta más feliz que la primera vez. -Será por aquello del asentamiento.-

La Gomera, que quieren que les diga, es maravillosa. Desde el primero hasta el último de sus rincones resulta acogedor. Ahora eso sí, si uno quiere ir de incógnito por el pueblo más vale que se vaya olvidando.

No asistimos a la romería del sábado porque hacía dos horas que habíamos enterrado a A.R., mujer cuya vida ha sido verdaderamente de película, y que ha sufrido lo indecible por sacar a sus hijos adelante. La verdad, no apetecía un puñetero vaso de vino en aquellas circunstancias.

Sí acudimos sin embargo a la bajada de la Virgen desde su ermita en Puntallana hasta la llegada -en barco- a la Villa (San Sebastián de la Gomera). La procesión de las decenas de barcos tocando los avisadores navales pone los pelos de punta. La devoción con la que miles de gomeros recibieron a su Virgen en la playa es digna de verse.

Desde luego que no cambio por nada del mundo mi ofrenda de flores a mi Virgen del Pilar, pero desde este lunes la Virgen de Guadalupe, es mucha Virgen, además que es la única bajada naval en el mundo de estas características.

No dejen de visitar La Gomera, se la recomiendo. Y por cierto, cuando compren lotería saludan a la dueña de mi parte.

-Jam sabe porqué.-